Basta echarle un vistazo para que cualquier hombre que esté en sus cabales salga huyendo y sin dejar de gritar en la dirección opuesta.
Lillian Bowman es la hija de un
millonario propietario de una fábrica de jabón, por ende plebeya. A pesar de
sus rasgos exóticos americanos, ningún hombre lo suficientemente cuerdo se
casaría con ella ni en su Manhattan natal. Sus padres decidieron mudarse a
Londres con la intención de emparentar con algún aristócrata inglés arruinado y
así elevar su estatus social mediante la introducción de sangre noble a la
familia.
Lillian quiere un marido que sea
su media naranja, que la acepte tal y como es y que no sea un hombre
controlador, manipulador y que le sea fiel, ya que desde su más tierna infancia
ha sido testigo de la indiferencia mutua entre sus padres (su padre es un
adicto al trabajo donde no hay cabida para nada más, mientras que su madre está
obsesionada con que sus hijas se comporten de acuerdo con las reglas sociales y
atraigan a un noble).
Lillian es una mujer cabezota e
independiente, todo lo contrario a una damisela en apuros, adora montar a
caballo a horcajadas y los deportes, en especial el rounders al que juega siempre que tiene ocasión.
La próxima vez que te enfrentes a una habitación llena de extraños... deberías pensar que algunos no son más que amigos a la espera de que los conozcas,
Marcus Marsden, Lord Westcliff,
está acostumbrado a despertar el interés de la gente debido a su extenso
patrimonio y en especial su título, conde Westcliff, uno de los títulos más
antiguos de Inglaterra y con 8 generaciones de sangre azul, por lo que obligado
a seguir manteniendo esta estirpe de sangre azul casándose con alguna mujer
noble de su mismo nivel social. Durante toda su vida ha estado intentando en
vano demostrar sus capacidades intelectuales y físicas a su padre, pero éste lo
despreciaba y quería que fuese un hombre carente de sentimientos, cosa que no
consiguió.
Al igual que Lillian es una
persona obstinada hasta la médula, y acostumbrado a que sus opiniones se escuchen
con atención y se tengan en cuenta. Hasta que conoce a Lillian y ésta no duda
en decirle a la cara todo lo que piensa de él.
¿Será cierto eso de que polos
opuestos se atraen?
—Han llegado los Bowman —anunció lady Olivia— ¿Que empiece el caos... —musitó Lord Westcliff.—Supongo que te refieres a las hijas. En realidad no son tan malas, ¿verdad?—Son peores. No he conocido dos jóvenes tan maleducadas en toda mi vida. Sobre todo, la mayor.—Bueno, son americanas. Sería justo que gozaran de cierta flexibilidad, ¿no teparece? No se puede esperar que conozcan cada uno de los complejos detalles de nuestra interminable lista de reglas sociales...—Puedo permitirles cierta flexibilidad con los detalles —interrumpió Marcus cortante—. Como bien sabes, no soy el tipo de hombre que se quejaría por el ángulo impropio del dedo meñique de la señorita Bowman al coger la taza de té. Lo que no puedo pasar por alto son ciertos comportamientos que se encontrarían inaceptables en cualquier rincón del mundo civilizado.
En esta novela, continuación de
la saga The Wallflowers, continuamos con los mismos personajes que
en el anterior libro, Secretos de una noche de verano. Lillian Bowman sigue con el mismo
comportamiento, aunque intenta ser menos escandalosa siguiendo las lecciones de
etiqueta y protocolo que les enseñó Lady Westcliff (madre del conde) a ella y a
Daisy. Pero sigue sin tener mucho éxito. La considero una firme defensora de
sus principios, a pesar de las regañinas que suele llevarse por parte de su
madre.
Marcus es cierto que suele decir
algún que otro comentario snob, pero
porque es lo que se espera de él. De esta forma también puede ser selectivo en
sus compañías, ya que su grupo más íntimo de amigos lo componen personas
capaces de decirle las cosas como son, entre los que se encuentran Lord St.
Vincent (su amigo más viejo y compañero desde que iban al colegio) y Simon Hunt
(socio en el negocio de locomotoras).
Las Floreros siguen igual que en
libro anterior, Evie sigue aguantando los desprecios y maltratos de su familia,
pero poco a poco va superando su timidez y su tartamudez. Annabelle es muy
feliz junto a su marido y Daisy sigue teniendo su ingenio.
Lisa Kleypas muestra cómo era la
sociedad del siglo XIX, sus avances en la industria e incluso cómo era la forma
de pensar de las personas que vivieron durante ese periodo de tiempo. Todo esto
con un toque romántico, ya que en aquella época eran impensables ciertas
escenas que tienen lugar.
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